jueves, 25 de octubre de 2012

Cuando llueve en París pero no es mi día

Cuando llueve y no cojo paraguas y no hay un solo toldo, soportal, o como se llame eso que sale de los techos, de mi casa a la facultad, me subo a la bici e imagino que estoy en París. Huele a curasán y hay árboles de esos que dan como cerezas con pelos, la luz se refleja en los adoquines y puedo sentir las vibraciones de la Torre Eiffel  metálica y rosa (así es en mis ensoñaciones) e incluso las miradas seductoras de los parisinos sexys que viven en buhardillas, trabajan de cocineros y por la mañana pintan.

O bien que voy a acabar en algún granero refugiada con Michael Fassbender y las polainas secándose del agua de lluvia bien lejos de mí, donde quiera que sea que se sequen las polainas pero puestas no.

Y mientras tanto lo que ha pasado, no lo quiero contar porque no se va a creer pero de verdad que ha pasado, ha sido que me he caído de rodillas y los mendigos me han ayudado a levantarme y me han puesto la cadena de la bici.

2 comentarios:

  1. Pobres, con sus gorros de mendigo y oliendo a cerveza y me han tratao de lujo. Es lo que tiene caerse ante la casa de la caridad, en la calle Colón no me hubiera ayudao ni el tato.

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