Esto ha sucedido así, está contado raro porque es secreto y anónimo pero es real: una señora triste y poco agraciada con incluso verruga en la nariz me dio a morder el otro día, digamos, una simbólica manzana envenenada, y yo, de fresca y joven belleza, de mejillas rojas, perdí el brillo en el pelo, se me quedó lacio y despeinado, empecé a recogérmelo en una coleta. Se me fue color de la cara, me salieron herpes, ojeras y manchas marrones, perdí la sonrisa, dejé de hacer bromas, pasaba la tarde sintiéndome mal por ser divertida y ruidosa, busqué la manera de contenerme, correcta y adecuada, de cruzar con recato las piernas, de llevar camisa debajo del jersey y sin darme cuenta me morí, me mataron, me quitaron horas de la vida, hasta que recibí el beso de amor de mi propia conciencia, me calcé las botas y salí a la calle como el que sale a un fiesta. Así fuimos felices y comimos perdices y no hubo, en verdad, otra manera.
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