Os tengo que avisar, ya no soy humana, ahora soy un león. No se nota mucho pero si os fijáis veréis que tengo los rizos más dorados y espesos. También me han salido garras pero las he limado cuidadosamente y pintado de color chocolate. La cola la llevo escondida debajo de los leggins. Ahora reino sobre los demás animales de la selva y abandono las estancias con indiferencia moviendo las nalgas sinuosamente.
Chick lit para intelectuales
domingo, 29 de diciembre de 2013
El encantamiento
Esto ha sucedido así, está contado raro porque es secreto y anónimo pero es real: una señora triste y poco agraciada con incluso verruga en la nariz me dio a morder el otro día, digamos, una simbólica manzana envenenada, y yo, de fresca y joven belleza, de mejillas rojas, perdí el brillo en el pelo, se me quedó lacio y despeinado, empecé a recogérmelo en una coleta. Se me fue color de la cara, me salieron herpes, ojeras y manchas marrones, perdí la sonrisa, dejé de hacer bromas, pasaba la tarde sintiéndome mal por ser divertida y ruidosa, busqué la manera de contenerme, correcta y adecuada, de cruzar con recato las piernas, de llevar camisa debajo del jersey y sin darme cuenta me morí, me mataron, me quitaron horas de la vida, hasta que recibí el beso de amor de mi propia conciencia, me calcé las botas y salí a la calle como el que sale a un fiesta. Así fuimos felices y comimos perdices y no hubo, en verdad, otra manera.
lunes, 18 de marzo de 2013
viernes, 8 de marzo de 2013
Día de la mujer
Una manera bien sencilla de luchar es tener
muchas amigas. Y pegarle un zapatazo en la boca a cualquiera que diga que el
peor enemigo de una mujer es otra mujer, que las mujeres son malas y
complicadas, o incluso listas y astutas, porque todo va así como junto. Ellos
saben bien una cosa: divide y vencerás. Así que mi deseo para todas este día es
que tengáis buenas amigas hasta debajo de las piedras
jueves, 14 de febrero de 2013
El amor es un sentimiento revolucionario
No subestimemos el amor, el amor es un sentimiento revolucionario, imaginemos a un grupo de Cupidos resistiendo en las montañas, con armamento casero y ya escaso, pues esto es lo que pasa, como pienso explicar a continuación.
Resulta que el sistema se nutre precisamente del profundo desamor que sentimos hacia nuestro entorno y nuestros semejantes. Para poder existir, el capitalismo agresivo e inhumano, ha hecho una campaña total contra el amor. Nos ha hecho solos y desapegados fomentando nuestro aprecio a los objetos, por ejemplo, y si hemos desarrollado algo de amor solo es amor a nosotros mismos. Nos bombardean a todas horas con la idea de 'felicidad', en la televisión vemos modelos de 'felicidad', la 'felicidad' es el reclamo para todo. Los libros de autoayuda nos invitan a 'ser felices' Digamos que el pilar de la sociedad esta nuestra, la justificación de todo, el objetivo de toda vida es encontrar la 'felicidad' Pero esta felicidad es propia e individual y detrás de ella subyace la idea de calmar los propios dolores y buscar las propias alegrías. Es un mensaje sutil pero efectivo y como la gutta cavat lapidem, terminamos desarrollando un mecanismo instintivo de búsqueda del beneficio personal por encima, sí, sí, por encima, de todas las cosas. Y no hablemos, si quiera de los cursos de coaching y liderazgo. No hay nada más individualista y más falto de amor que la idea de liderazgo y éxito, nada más descorazonado que la necesidad imperiosa de perseguir un estatus, de evitar el fracaso. Son ideas que llevamos arraigadas y que nos hacen cruelmente infelices, ya que en el recorrido hacia nuestro propio éxito y felicidad nos vamos desenamorando por necesidad del resto elementos que nos harían realmente afortunados: las relaciones humanas, nuestro entorno, nuestras aficiones. Este estado de enamoramiento hacia las cosas (porque el amor no es una búsqueda, es un estado de participación y bienestar estático) que no nos reportarán ningún beneficio económico ni nos darán un nombre en sociedad es incompatible con la obtención de estos mismos beneficios, ya que el verdadero amor no nos permitiría ser ni remotamente líderes de nadie, por ejemplo, ni permitir un desahucio (por poner un ejemplo de actualidad)
Y es por esto que hay una especie de guerra, un bombardeo, un ataque a sangre fría de los interesados en imponer su sistema de metales, rascacielos y ordenadores, contra los que enamorándose, se siguen rebelando. Sin querer, los enamorados, estamos haciendo política cada vez que damos un beso o un abrazo, que ayudamos a alguien o que renunciamos a nuestro propio beneficio para dárselo a otro.
No dejemos de celebrar el amor, el amor es, en el fondo, nuestra ideología, el amor es antisistema, ¡viva el amor!
lunes, 11 de febrero de 2013
El día de los enamorados me ha pillado en taparrabos
Me gusta pensar que mucho antes del 'san' y el 'Valentín' y de las cajas de bombones con lazada, hubo un tiempo en que andábamos en taparrabos allá por mediados de febrero celebrando los almendros en flor y el zumbido de abejas y viendo entretenidos perseguirse a las palomas, cuando entonces caímos en la cuenta de que no había mejor momento para hacer el amor, inaugurando así el rito anual de besos, polinización y hormonas
lunes, 21 de enero de 2013
Lo que diremos de nuestra generación cuando seamos brasas (si hay vida después de la beca)
Queridos nietos (Sí, hago el paripé de
contárselo a mis nietos. Os describiré la escena: volvemos en coche volador de
visitar la cibertumba del hermano de su tío –nada que ver conmigo-, suena una
canción de Estopa, que para entonces será una música de abuelo, y yo llevo una
cola de caballo, vaqueros y botas altas que serán una ropa muy de abuelo también,
como hay piloto automático me giro y les doy la brasa, porque eso no ha
cambiado y en eso los abuelos seguimos siendo iguales.
Mis nietos son tres o
cuatro y los suelo confundir entre ellos, trilingües y tecnológicos, pasan de
drogas de ciberdiseño o eso dicen, y han heredado todos mis dedos en punta y
una saludable afición por el jamón serrano. Pasamos por las dunas del desierto
de Valencia, son preciosas y por la ventanilla podemos ver camellos) os contaré
la historia de mi vida en la España postmoderna.
Mi generación fue perdedora, y
no digo perdida, sino perdedora porque así fue que lo perdimos todo. Crecimos
en en hogares burgueses de clase media, veraneamos en apartamentos, estudiamos
largas carreras e hicimos programas de intercambio, para encontrarnos luego con
que no teníamos nada. Perdimos los privilegios que se nos dieron de nacimiento,
fuimos unos desclasados y unos mantenidos. A todos nos ayudaron nuestros
padres, fuimos dependientes y retrasados. Volvimos a vivir en familia, nos
vimos forzados a emigrar, y siendo abogados o filólogos trabajamos como
camareros. Echábamos de menos el sol y la familia pero nos hicieron creer que
el sistema era guay, que molaba viajar, ser global y competente. Algunos lo
creímos, otros no, pero todos acabaron por descubrirlo.
Dejamos de aprender lo
que nos apetecía para aprender inglés, había que construirse un perfil laboral
suculento y sustancioso. Lo que más valía era el inglés y los viajes. El perfil
facebook pasó a remplazarnos, terminó por confirmar nuestra identidad, nos
cambió la idea que teníamos de nosotros, los planes empezaron a interesar en la
medida en que proporcionarían buenas fotos, así como los idiomas, cursos y
postgrados, empezaron a interesarnos en la medida en que proporcionarían un
buen currículum.
Casi todos estábamos desempleados, los que estábamos empleados
recibíamos nuestro sueldo en sobres, otros estaban becados y se preguntaban con
terror si habría vida después de la beca. Las circunstancias quisieron que
fuésemos indefinidamente demasiado jóvenes, nadie era adulto con 25 años, era
anómalo que un veinteañero tuviera alguna responsabilidad importante, laboral o
familiar. Ninguno tuvimos hijos, sino que fuimos hijos para siempre, irás y no
volverás al país de los hijos. Nos olvidamos en que hubo un tiempo en que a los
20 se era ya adulto, lo olvidamos en la discoteca y en el mercadillo vintage
mientras comprábamos camisas de cuadros, o bajándonos canciones para el
I-Phone, muchos lo olvidamos también en los postgrados, que alargaban la
sensación de preparación, de carrerilla para ir a alguna parte, ¿a cuál? Nadie lo
sabía. Crecían los hipster como flores de las baldosas de las ciudades, la verdad
es que de nuestra generación no podría haber salido otra cosa: estética y
consumo, una bonita foto de perfil, música que molara escuchar, amigos
resultones. Solo queríamos tener una buena imagen de nosotros mismos, ¿quién
puede culparnos? Hubo quien se entregó con deleite a esta juventud a destiempo,
verdaderos hedonistas en el peor sentido de la palabra, en el sentido en que se
dejan de entender los problemas como problemas de todos, y uno se dedica a
vivir su vida con toda falta de generosidad. Porque si de algo pecábamos todos
era de un individualismo enfermizo: la meritocracia, la obsesión con la pérdida
del estatus, lo difícil que lo teníamos para conseguir trabajos y becas,
nuestros avatares cibernéticos, incluso, que tan de relieve pusieron nuestras
identidades, el culto a la imagen y muchísimas otras cosas que se me escapan,
hacían difícil pensar en colectivo. Hubo gente desesperada y movimientos
sociales históricos, propuestas de cambio brillantes, pero la mayoría nos
conformábamos con linkearlos. Seguramente fue porque perdimos la esperanza, la
palabra futuro dejó de significar ninguna promesa, sino ansiedad y miedo, la
juventud no iba asociada al progreso, ni al cambio, no se podía decir: ‘nosotros
somos los hombres del mañana’ con ilusión, porque ya comprobamos que el mañana
solo podría ir a peor: catástrofes naturales, empobrecimiento, envejecimiento
de la población, aprendimos que con el tiempo se pierden las cosas en vez de
ganarse. Pese a todo nos enamorábamos y teníamos novio hasta los 45 años, no
teníamos más remedio que hacer el amor en el coche e improvisar cenas
románticas cuando se iban nuestros padres. Viva las familias que se ganaron el
cielo, Dios los tenga en su gloria, no dejéis de visitarlos en sus cibertumbas.
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