martes, 13 de marzo de 2012

Haga lo que quiera hacer

Me llamo Nebila Bracolet y pertenezco a la Lost Generation. No quiero decir que me codee con Hemingway y Jonh Dos Passos,  es otra  Lost Generation (el nombre es tan bueno y me da tanta pena que esté pillado que, con el perdón de Gertrude Stain, lo voy a reutilizar) Cuando digo esto me refiero a que tengo entre 20 y 30 años, hablo tres idiomas, tengo una carrera, un máster, no tengo trabajo y vivo con mis padres. Esto me hace sentir fatal y me paso el día mirando en infojobs para encontrar un trabajo esclavo y mal pagado que me haga infeliz el resto de mi vida. Como he estudiado filología clásica (a más señas, latín y griego), el éxito, la cima, el recopetín sería ser profesora de latín o de griego, esto es porque es el paso lógico: se estudia la carrera, se hacen oposiciones o se entra en bolsa, se es profesor y uno ya está a salvo. También está la posibilidad de hacer un doctorado, pero siendo realistas no tengo el interés suficiente en mi carrera como para profundizar en ello. Me gustan ciertas cosas, ciertos aspectos aislados, pero no soy paciente, ni brillante, ni erudita ni me interesan la mayoría de cosa, siempre toparía con algo que me hiciera vomitar. Volviendo al tema, que no se me malinterprete: hay muchos y muy maravillosos profesores de latín y de griego, vocacionales y comprometidos, pero he de admitir que yo no soy uno de ellos. No soy mala profesora, me gusta explicar y saber cosas que los demás no saben, soy vanidosa y eso me hace sentir bien. De vez en cuando algún alumno se interesa por lo que digo, me mira impresionado, o incluso hace los deberes y no existe persona más feliz sobre la tierra. Pero la cruda realidad es que odio su apatía, no entiendo que estén pensando en chicos en vez de arrodillarse delante de un poema de Catulo y santiguarse. Y cuando me han dado otra asignatura, como lengua o atención educativa, he pensado seriamente en envenenar las tizas con arsénico. Sin embargo, cada día me levanto y lucho para ser profesora porque me han educado en la responsabilidad y en el trabajo. Soy incapaz de desobedecer mis obligaciones, de salirme del redil, y si tengo la oportunidad de encontrar un trabajo fijo y estable lucharé por él aunque no lo quiera hasta con la última gota de mi sangre.

Yo, como todo el mundo, siempre he pensado que estaba destinada a hacer grandes cosas. O al menos, a hacer mis cosas. He acabado siendo como todos, haciendo lo que todos, cada vez que me dedico a desarrollar algún posible talento como escribir, dibujar, coser o hacer pasteles me siento infinitamente culpable por hacer algo que me gusta en vez de dedicarme a la búsqueda exhaustiva de unas cuatro paredes dentro de las encerrarme a hacer lo que otros quieren como ellos me ordenan. ¿Podré ser buena algún día haciendo algo que no soporto hacer? Más me vale. Tampoco es lícito perder el tiempo disfrutando de uno mismo, de estar con los suyos, de hacer ejercicio y de pasar tiempo al aire libre dedicándose, simplemente, a estar en el mundo.  Empiezo a ponerme algo moñas, pero es la gota que colma el vaso para llegar a la siguiente conclusión:
El viejo mundo se desmorona, la sociedad del esfuerzo absurdo empieza a fallar, ya ni siquiera hay eso que ofrecer, no hay trabajo que hacer para los demás. Las personas que no lo tenemos comenzamos a plantearnos su verdadera utilidad, empezamos a desencantarnos y a cuestionar todo lo que habíamos aprendido. El mundo tal y como nos lo han vendido ha acabado por asfixiarnos, no podemos alcanzar sus expectativas y muchos empezamos a renunciar a ello.
Bendita sea la crisis. ¿Qué hubiera pasado si las cosas hubieran seguido su curso? Tendría una plaza en algún instituto y jamás hubiera puesto a prueba lo que puedo llegar a hacer. Me hubiera conformado con un trabajo que me es indiferente, con las tardes libres, una casa grande y mucha ropa bonita. Nunca habría descubierto las siguientes cosas que paso a exponer:

1.        Dedicamos casi todo el día a trabajar, hacerlo en algo que no nos gusta es sacrificar nuestra vida.
2.       La cultura del trabajo, el sistema capitalista o lo que sea (no me meto) ha bloqueado nuestra creatividad y nuestro talento. No nos ha dejado tiempo para entrenarlos y no somos buenos en nada, por lo que no podemos competir a nivel de mercado.
3.       El trabajo para otros nos ha arrancado de la naturaleza, la observación del mundo, el devenir lento de las cosas, el cuidado de nuestros seres queridos e incluso la maternidad y paternidad.
4.        El mundo en sentido literal está lleno de posibilidades, gracias a la crisis me planteo salir a conocerlo, mucha gente ya lo ha hecho.
5.           Estudiar no sirve para nada, cada uno debe formarse en aquello que le apasiona.
6.        Nos bombardean con modelos de lo que debe ser nuestra vida, los objetos que debemos poseer, donde debemos vivir, qué amigos o qué pareja debemos tener. Vivimos constantemente frustrados buscando cosas que no sabemos si nos harían felices.

Este sábado, paseando por la feria del libro antiguo en Valencia, me hice con un libro de auto-ayuda (he de decirlo, me encantan): http://www.elblogalternativo.com/2008/11/13/100-consejos-para-simplificar-tu-vida/
Es una especie de guía, de consejos para simplificar la vida y disfrutar más de las cosas importantes. Ya he cancelado mis suscripciones a revistas y me dispongo  a seguir los demás consejos. Seré mi propio conejillo de indias y os contaré qué tal me va saliendo. El consejo nº 52 es ‘haga lo que realmente quiera hacer’ y anima a explorar los propios talentos para descubrir a qué se puede dedicar uno realmente. Todos estamos bastante perdidos en cuanto a eso, yo me apunto a averiguar qué tal y animo a todo el mundo a que lo haga. Ya os contaré si hago o no hago grandes cosas.


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