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lunes, 19 de marzo de 2012

¿Qué hago con mi pelo?

El pelo es una de las mayores preocupaciones de toda mujer y hombre. Escuché en una conferencia que, para elegir a nuestras parejas sexuales, los humanos nos fijamos en la calidad del pelo y de la piel (dejando de lado lo evidente: culete bien plantao y anchas espaldas) A mí me encantan las melenas largas y brillantes, tanto en chicos como en chicas. Si las chicas son voluptuosas y los chicos grandotes, me parece que da un aire de sensual y de salvaje. Un chico o una chica pequeñitos con melenaza se me hace freaky, fíjate, cosas mías.
Sin embargo no hay nada más sensual y elegante que una chica fina con un corte de pelo tipo años 20, o una graciosa melenita bien peinada, o esos rapados que llevan a algunas caras sobrecogedoramente guapas a cortar el aliento.
Por supuesto, hablo en general, a cada cual le queda bien una cosa, que nadie haga caso de mis peregrinas teorías, cada uno sabemos con qué estamos a gusto y qué nos queda bien.





En fin, ¿por qué digo esto? Pues por que últimamente me veo en la tesitura de ayudar a muchas personas a elegir un corte de pelo, y esto me ha ayudado a descubrir una cosa muy importante. Yo mido 1'8o y me pega, según mis cánones, una larga y salvaje melena, tengo el pelo rubio, rizado y bonito, pero esta es la verdad: más seco que el esparto. Uso mascarilla y mascarillo, de todas formas y colores. Me he puesto aceite, vinagre y todos los ingredientes de la ensalada en mi pobre y desdichado pelo para descubrir que cada día brilla menos y se me enreda más. Me siento mal y culpable por tener un pelo así de feo, esa es la verdad.

Pero un día, investigando por la red en blogs de belleza, descubrí una alegre verdad. La culpa es del champú. Como lo oís, el champú contiene ingredientes malísimos y resecadores (esto lo ha explicado otra gente mejor que yo, así que os remito) y las mascarillas y acondicionadores tienen siliconas que solo se van con champu, así que todo es una pescadilla que se muerde la cola. Nos han hecho dependientes del champú porque cuando lo usamos nos queda tan mal que tenemos que ponernos acondicionador, y el acondicionador deja restos e historias que solo se van, así mismo con champú. ¡Era ciega y ahora veo!

El propio pelo libera unos aceites que en su justa medida actúan como serum natural, como hidratante y como limpiador. En teoría el pelo se tendría que mantener semanas limpio, pero lo hemos acostumbrado al demoniaco champú. ¡Nunca más!

Esto es lo que he hecho: he obviado diversos consejos que aparecen en la red como lavarse el pelo con bicarbonato y vinagre, ya que no me parece muy glamuroso. Para las raíces uso jabones con ingredientes naturales o jabón íntimo (esto es algo violento, pero funciona), y para el resto del pelo uso acondicionador, me lo aplico, masajeo y lo aclaro. El acondicionador limpia de manera menos agresiva y acondiciona. De todas formas, iré probando más elementos. Estoy dando palmas de contenta, me encanta mi nueva melena, tengo el pelo más brillante y mucho menos seco, y doy testimonio con las siguientes fotos.
 





Primera experiencia sin champú: aguanto tres días sin lavar y al cuarto uso   acondicionador: se limpia pero queda algo seco y enredado





 Andando el tiempo corrijo mis fallos y empiezo a lavar el cuero cabelludo con jabones neutros. El cuerpo del pelo ni tocarlo. Tras una semana sin lavarme el pelo lo tegngo limpio, sano y brillante




Esta es una forma de ahorrar, simplificar y sentirte mejor. Reto a cada cual a que experimente con su propio pelo, que intente vivir un tiempo sin champú y vaya probando lo que más le favorece y le conviene.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Que tu gimnasio sea la playa

Mi relación con el deporte, como buena protagonista de novela chick lit, ha sido de siempre tormentosa. Siempre ha sido para mi uno orgullo renunciar al cuidado de mi cuerpo en pro del ejercicio de mi mente, y solo en casos de desesperación como alguna boda o alguna cita he intentado hacer un régimen exprés y un par de abdominales con el único objetivo de estar cañón. Ignorante de mí, he considerado guay el tener michelines, el ser buena comedora y el beber cerveza a espuertas. Error.

En mi camino hacia la simplicidad de la vida he visto que una de las claves es vivir a través del cuerpo y no de la mente en la medida de lo posible. El cuerpo es mucho más poderoso de lo que pensamos y muchas veces es la mente la que lo viene siguiendo y no al revés. Lo que creemos pensamiento, la conciencia, la decisión, en muchos casos en una respuesta a las exigencias de nuestro cuerpo físico, él toma las decisiones mucho antes de que nuestro pensamiento las procese y las crea como suyas. También, la situación del cuerpo, el ambiente en el que se encuentre, la comodidad, puede determinar la naturaleza de nuestro pensamiento y emociones. Una cosa tan sencilla como poner en forma el cuerpo, matenerlo ágil y sano puede llenar algo del pequeño vacío de nuestra vida.

Estas fallas me he tomado unas vacaciones en casa junto con mi muchacho. Los dos estamos interesados en el tema del ejercicio, él porque quiere estar cañón, y yo porque cada día me siento mejor desde que muevo el esqueleto. Hemos dado largos paseos por la huerta de Valencia (que es mi ciudad), y seguro que en todas las ciudades hay algún tipo de entorno natural por el que caminar. También es buena idea gastar horas paseando por el centro, siempre se descubren lugares/personas/establecimientos que valen la pena, es una manera de salir al mundo y contactar por fin con el entorno.


Para los que sois como yo y no os merece la pena pagar por un gimnasio (porque vuestra ficha amarillea en sus armarios) o no os merece pagar por nada (porque sois de la Lost Generation y más pobres que una rata), hete aquí la solución: el mundo que nos envuelve y nos rodea. Salir a andar o a correr por la playa, por el parque, no solo te mantiene en forma, también es barato, divertido, relajante, te ayuda a desconectar y te devuelve a un poco a lo que es el medio natural, para los que estéis cansados de tanto adoquín y tanto asfalto.  Este es mi consejo, simplifica tu vida, haz del mundo tu gimnasio y este verano podrás lucir unas pienas firmes y bronceadas en las terrazas del barrio. ¡Suerte!

martes, 13 de marzo de 2012

Haga lo que quiera hacer

Me llamo Nebila Bracolet y pertenezco a la Lost Generation. No quiero decir que me codee con Hemingway y Jonh Dos Passos,  es otra  Lost Generation (el nombre es tan bueno y me da tanta pena que esté pillado que, con el perdón de Gertrude Stain, lo voy a reutilizar) Cuando digo esto me refiero a que tengo entre 20 y 30 años, hablo tres idiomas, tengo una carrera, un máster, no tengo trabajo y vivo con mis padres. Esto me hace sentir fatal y me paso el día mirando en infojobs para encontrar un trabajo esclavo y mal pagado que me haga infeliz el resto de mi vida. Como he estudiado filología clásica (a más señas, latín y griego), el éxito, la cima, el recopetín sería ser profesora de latín o de griego, esto es porque es el paso lógico: se estudia la carrera, se hacen oposiciones o se entra en bolsa, se es profesor y uno ya está a salvo. También está la posibilidad de hacer un doctorado, pero siendo realistas no tengo el interés suficiente en mi carrera como para profundizar en ello. Me gustan ciertas cosas, ciertos aspectos aislados, pero no soy paciente, ni brillante, ni erudita ni me interesan la mayoría de cosa, siempre toparía con algo que me hiciera vomitar. Volviendo al tema, que no se me malinterprete: hay muchos y muy maravillosos profesores de latín y de griego, vocacionales y comprometidos, pero he de admitir que yo no soy uno de ellos. No soy mala profesora, me gusta explicar y saber cosas que los demás no saben, soy vanidosa y eso me hace sentir bien. De vez en cuando algún alumno se interesa por lo que digo, me mira impresionado, o incluso hace los deberes y no existe persona más feliz sobre la tierra. Pero la cruda realidad es que odio su apatía, no entiendo que estén pensando en chicos en vez de arrodillarse delante de un poema de Catulo y santiguarse. Y cuando me han dado otra asignatura, como lengua o atención educativa, he pensado seriamente en envenenar las tizas con arsénico. Sin embargo, cada día me levanto y lucho para ser profesora porque me han educado en la responsabilidad y en el trabajo. Soy incapaz de desobedecer mis obligaciones, de salirme del redil, y si tengo la oportunidad de encontrar un trabajo fijo y estable lucharé por él aunque no lo quiera hasta con la última gota de mi sangre.

Yo, como todo el mundo, siempre he pensado que estaba destinada a hacer grandes cosas. O al menos, a hacer mis cosas. He acabado siendo como todos, haciendo lo que todos, cada vez que me dedico a desarrollar algún posible talento como escribir, dibujar, coser o hacer pasteles me siento infinitamente culpable por hacer algo que me gusta en vez de dedicarme a la búsqueda exhaustiva de unas cuatro paredes dentro de las encerrarme a hacer lo que otros quieren como ellos me ordenan. ¿Podré ser buena algún día haciendo algo que no soporto hacer? Más me vale. Tampoco es lícito perder el tiempo disfrutando de uno mismo, de estar con los suyos, de hacer ejercicio y de pasar tiempo al aire libre dedicándose, simplemente, a estar en el mundo.  Empiezo a ponerme algo moñas, pero es la gota que colma el vaso para llegar a la siguiente conclusión:
El viejo mundo se desmorona, la sociedad del esfuerzo absurdo empieza a fallar, ya ni siquiera hay eso que ofrecer, no hay trabajo que hacer para los demás. Las personas que no lo tenemos comenzamos a plantearnos su verdadera utilidad, empezamos a desencantarnos y a cuestionar todo lo que habíamos aprendido. El mundo tal y como nos lo han vendido ha acabado por asfixiarnos, no podemos alcanzar sus expectativas y muchos empezamos a renunciar a ello.
Bendita sea la crisis. ¿Qué hubiera pasado si las cosas hubieran seguido su curso? Tendría una plaza en algún instituto y jamás hubiera puesto a prueba lo que puedo llegar a hacer. Me hubiera conformado con un trabajo que me es indiferente, con las tardes libres, una casa grande y mucha ropa bonita. Nunca habría descubierto las siguientes cosas que paso a exponer:

1.        Dedicamos casi todo el día a trabajar, hacerlo en algo que no nos gusta es sacrificar nuestra vida.
2.       La cultura del trabajo, el sistema capitalista o lo que sea (no me meto) ha bloqueado nuestra creatividad y nuestro talento. No nos ha dejado tiempo para entrenarlos y no somos buenos en nada, por lo que no podemos competir a nivel de mercado.
3.       El trabajo para otros nos ha arrancado de la naturaleza, la observación del mundo, el devenir lento de las cosas, el cuidado de nuestros seres queridos e incluso la maternidad y paternidad.
4.        El mundo en sentido literal está lleno de posibilidades, gracias a la crisis me planteo salir a conocerlo, mucha gente ya lo ha hecho.
5.           Estudiar no sirve para nada, cada uno debe formarse en aquello que le apasiona.
6.        Nos bombardean con modelos de lo que debe ser nuestra vida, los objetos que debemos poseer, donde debemos vivir, qué amigos o qué pareja debemos tener. Vivimos constantemente frustrados buscando cosas que no sabemos si nos harían felices.

Este sábado, paseando por la feria del libro antiguo en Valencia, me hice con un libro de auto-ayuda (he de decirlo, me encantan): http://www.elblogalternativo.com/2008/11/13/100-consejos-para-simplificar-tu-vida/
Es una especie de guía, de consejos para simplificar la vida y disfrutar más de las cosas importantes. Ya he cancelado mis suscripciones a revistas y me dispongo  a seguir los demás consejos. Seré mi propio conejillo de indias y os contaré qué tal me va saliendo. El consejo nº 52 es ‘haga lo que realmente quiera hacer’ y anima a explorar los propios talentos para descubrir a qué se puede dedicar uno realmente. Todos estamos bastante perdidos en cuanto a eso, yo me apunto a averiguar qué tal y animo a todo el mundo a que lo haga. Ya os contaré si hago o no hago grandes cosas.